El cuerpo —en teoría— no es otra cosa que un montón de huesos, tejidos, músculos. En la práctica, es algo más complicado.
Viví veinte años acostumbrada a pesar casi doscientas libras y en algún momento, paulatinamente, perdí unas sesenta: mi cuerpo cambió por completo. Se convirtió en uno que ya no me pertenecía, que no entendía porque no me había acompañado como el otro.
Empecé a llevar dos cuerpos. El primero, el físico; y el segundo, metafórico, sólo evidente para mí.
Me resultaba difícil verme al espejo sin confundirme con lo que veía o tener una foto mía sin escudriñarla. Era alguien diferente en cada espejo, compraba ropa mucho más grande de la que necesito, calculaba siempre que iba a ocupar un espacio mucho mayor.
Me había vuelto una extraña.
Quería verme desde afuera, cuando mi cuerpo le pertenece a la mirada de otro y en ese momento, tratar de (re)conocerme.
Me incomodaba un montón que me tomen fotos. Trataba de esconderme del ojo ajeno que sentía que me juzgaba de la misma forma en que yo lo estaba haciendo. Ahora, cuando veo esas fotos me resulta evidente mi postura tensa y la sonrisa nerviosa en las reuniones familiares o los viajes con amigos. Me ponía nerviosa no cumplir las expectativas que arbitrariamente me había impuesto. Y claro, nunca las cumplía porque me estaba pidiendo ser alguien netamente ornamental.
Entonces encontré a un fotógrafo que crea fotos de mujeres en situaciones cotidianas, pero sin ropa. En ellas, la desnudez no es sólo física, es también simbólica. Veía a todas estas mujeres como las más libres del mundo y las envidiaba por poder cargar con su cuerpo con gracia. No entiendo en qué momento accedí a intentar hacer lo mismo, pero para mí, era la forma en que me obligaría a cargar con mi cuerpo.
Desnudarme frente a la cámara fue, también, un striptease emocional. Ese día pude relajarme sin importar si se veían mis músculos sin definir, mis innumerables estrías o el viento al aire. Aprendí a decir ‘sí’ a mi propio cuerpo.
Esas fotos representan el momento en que me di cuenta de que mi cuerpo, más allá de un saco de órganos y huesos, era parte de mí, y podía llevarlo con gracia.
Me daba (me sigue dando, a veces) un pudor inmenso que alguien más me apunte con un lente. Un retrato desde la mirada ajena y que no conoce los ángulos que creemos funcionan en nosotros, es intimidante.
Me siguen poniendo un poco incomoda las fotos, pero no tanto como para dejar de tomarlas. Ya no me escondo de la mirada del otro, porque yo me atreví a ver más allá de lo que pensaba que estaba obligada a ser. Mis piernas funcionan, me llevan a donde necesito ir. Mis brazos funcionan porque abrazo a quien quiero. Mi vientre funciona y se sigue hinchando de vez en cuando. Mi cuerpo y todas sus imperfecciones es mío y me sirve para cargar esta existencia.
Los conceptos de desnudez y libertad han estado íntimamente unidos desde mucho antes de que estuviera aquí y lo estarán mucho después, pero me gustó entender que la desnudez es mucho más que ese concepto unidimensional.
La desnudez, para mí, es también conocimiento. Es poder sobre mí misma. Es domar ese equivocadísimo concepto que a veces llevamos a cuestas que nos dice que es nuestra obligación ser hermosos para los demás. Yo soy hermosa porque he vuelto a ser mía.
{Thalie lo editó, obviamente. Yo no escribo tan lindo sola}