Escribir es lo más exhibicionista que he hecho en los últimos días.

Posted by on | | 0 comentarios
I

Muchas veces pensé que escribir era el símil perfecto para a un exorcismo más bien precario. Podría muy bien ser una desparasitación, pero eso nos quitaría lo místico de andar cazando fantasmas internos para pasar a un acto rutinario que nuestras mamás nos obligaban a hacer de pequeños. Lo importante de la figura es que se debe sacar algo de dentro del cuerpo: un algo que normalmente no se sabe qué es. Entonces, ¿cómo perseguir algo que no tiene forma y que vive dentro de nosotros? Me imagino a todas estas emociones pegadas una contra otras dentro del cuerpo y que si no se sacan, empiezan a crecer hasta volverse incontrolable. Entonces estallamos y empieza el vómito verbal.

II

Hay veces que encuentro residuos en el cuerpo de algo que creí haber sacado hace tiempo. Por supuesto, esto es una gran mentira que me digo porque me asusta pensar cuánto tiempo más esto va a seguir viviendo dentro de mí. Hoy fue por una tonada en un comercial. Una vez más me sentí ridícula sintiendo cosas por alguien que no existía.

III

También los sentimientos se pueden mezclar con caprichos. Hoy me dijo que tal vez fue una mala idea estar juntos después de todo. Sólo se materializó la idea porque, aparentemente, los dos ya sabíamos esto desde mucho antes, incluso tal vez desde el principio. En un año, me dijo. En un año se va. Y casi no nos vemos por lo lejos que estamos y por lo ocupada que se ha convertido esta vida de joven adultez que llevo con torpeza encima. La solución razonable es terminar y todo y yastá, cada cual para su casa. El problema es que se me está dificultando seguir lo razonable.
Posted by on | | 0 comentarios
En un momento de nuestras vidas se nos empezó a implantar la idea de que el tiempo vale mucho. Entonces, a medida que crecemos, vemos al tiempo como algo que presupone una carga en lugar de una construcción que en algún momento alguien creó para documentar los movimientos del sol. El tiempo se convierte en algo que debe producir, en lugar de algo que se debe dejar pasar. Por supuesto, el tiempo pasa y esto presupone un acontecimiento angustiante: pasan los minutos y aún no nos hemos graduado, pasa los años y aún no nos hemos casado, no hemos tenido hijos, no hemos viajado. Finalmente se acaba el tiempo y con horror descubrimos que no hemos vivido.

Me angustia mucho esta impresión absurda de estar perdiendo el tiempo. Estudio, trabajo de lunes a domingo y hago prácticas en la Universidad, todo al mismo tiempo y aún así siento que estoy perdiendo el tiempo. No es que piense que estoy rindiéndome al ocio, al contrario, he empezado a creer que sentarse a no hacer nada y ver el techo durante toda la tarde es también perder el tiempo. Mi tiempo merece ser dilapidado si quiero y debería tener el derecho a disfrutar despilfarrándolo si quiero.

Sin darme cuenta me veo inmersa en un sistema que me ahoga. Trabajo en una compañía demandante que siempre necesita de mi tiempo y en donde se exige disponibilidad a toda hora. Les he dado mi tiempo a cambio de dinero. Este dinero, a su vez, sirve para pagarme la Universidad que, por otra parte, tiene como objetivo graduarme para salir de un trabajo que ya poco me estimula. Es un círculo vicioso y he llegado a pensar que esta es la forma de prostitución intelectual más perfecta que existe. El trabajo dignifica, se dice, pero no encuentro nada digno estar frente a una computadora todo el día respondiendo correos y peleando con gente que no conozco o llenando los datos de un contrato que no me afecta en lo más mínimo.

Por otro lado, el dinero y el poder de gastarlo en cosas que creemos necesitar es uno de los sentimientos más liberadores que he encontrado. No, esto no tiene nada que ver con el status de tener un celular con una manzanita a medio morder o ropa que probablemente fue hecha en China en condiciones deplorables, pero que es cara porque tiene una marca en el estampado. Crecí en un hogar que constantemente necesitaba dinero. Tuve una infancia bastante feliz, pero más de una vez vi a mi madre angustiada haciendo números en su cabeza una y otra vez, sin que le cuadren en ningún intento. Siempre estábamos en rojo y el dinero era este animal mitológico que los demás tenían y que nosotros debíamos racionar para lo necesario. Ahora siento que tengo el poder de ayudarla y ya no siento que el dinero sea algo que está a kilómetros de donde estoy yo.

Me he creado un conflicto que indudablemente tienen un montón de personas más. Es fácil teorizarlo constantemente todo y concluir, por ejemplo, que el tiempo merece ser gastado en el ocio y que el dinero siempre va a ser una necesidad constante y sólo se consigue con trabajo. También es muy fácil ver que no practico lo que predico y que todavía me estoy ahogando.

El derecho a estar triste

Posted by on | | 0 comentarios
Hoy me encontré envuelta en un montón de papeles que no supe manejar y puertas cerradas sin respuestas. Al final fracasé y la burocracia me derrotó de forma aplastante. Tal vez esto fue porque nunca hubo oportunidad y mi necedad hizo que llegase más allá de lo necesario. Tras semanas de intentar que las cosas salgan como lo tenia planeado, me encontré con un pasillo impersonal y vacío que no me dio respuestas y terminó por lastimar una parte de mí.

El día de hoy me cansé de intentar y por un momento quise detener el tiempo. Imaginé, por enésima vez en mi vida, que en mi bolsillo contaba con un reloj mágico que había olvidado y que permitiría poder sentarme a sentir lo que sea que tenía dentro de mí. Esto no pasó y en lo que quedó del día seguí cumpliendo mis obligaciones en el trabajo y durante este lapso me mantuve más bien neutral. No lloré, tampoco sentí: todo fue blanco por un momento y así se mantuvo bastante tiempo. 

Aún no entiendo si este fenómeno ocurre porque estoy rodeada de gente y para sentir necesito estar sola, como en la fantasía del tiempo detenido. De todos modos, después de estar sola en mi cuarto, descubrí que ya no quería llorar y que me sentía bastante tonta. No era el hecho de que las cosas habían fallado, más bien era esta constante sensación de estar dramatizando todo. Es que siempre se podría estar peor, le dije a mi madre, siempre podría estar vendiendo cualquier cosa en la calle para poder comer. Siempre podría pasar algo aún peor y eso es un consuelo que he inventado.

Una de las cosas que logró la presencia de María Augusta en mi vida es que ahora no puedo sentirme triste sin soportar también la idea de que estoy haciendo el ridículo. La lógica que dejó es que no hay derecho para estar triste, siendo que hay personas que se encuentran en peores situaciones que yo. Y que todo esto no es más que algo cursilón que he creado porque quiero llamar la atención de los demás, como los niños pequeños.

Entiendo, también, que esta idea es ridícula y que cada quien tiene el derecho de sentirse como le venga en gana. El problema es que, a pesar de que sé lo poco saludable que es dejar de sentir, siempre va a entrar en conflicto la sensación de estar haciendo el ridículo ante alguien más. Me es muy difícil definir la línea entre lo teatral de la tristeza y la verdadera desdicha.

¿Existe esto?
¿Existe la verdadera desdicha?

Goonie