Escribir es lo más exhibicionista que he hecho en los últimos días.

El derecho a estar triste

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Hoy me encontré envuelta en un montón de papeles que no supe manejar y puertas cerradas sin respuestas. Al final fracasé y la burocracia me derrotó de forma aplastante. Tal vez esto fue porque nunca hubo oportunidad y mi necedad hizo que llegase más allá de lo necesario. Tras semanas de intentar que las cosas salgan como lo tenia planeado, me encontré con un pasillo impersonal y vacío que no me dio respuestas y terminó por lastimar una parte de mí.

El día de hoy me cansé de intentar y por un momento quise detener el tiempo. Imaginé, por enésima vez en mi vida, que en mi bolsillo contaba con un reloj mágico que había olvidado y que permitiría poder sentarme a sentir lo que sea que tenía dentro de mí. Esto no pasó y en lo que quedó del día seguí cumpliendo mis obligaciones en el trabajo y durante este lapso me mantuve más bien neutral. No lloré, tampoco sentí: todo fue blanco por un momento y así se mantuvo bastante tiempo. 

Aún no entiendo si este fenómeno ocurre porque estoy rodeada de gente y para sentir necesito estar sola, como en la fantasía del tiempo detenido. De todos modos, después de estar sola en mi cuarto, descubrí que ya no quería llorar y que me sentía bastante tonta. No era el hecho de que las cosas habían fallado, más bien era esta constante sensación de estar dramatizando todo. Es que siempre se podría estar peor, le dije a mi madre, siempre podría estar vendiendo cualquier cosa en la calle para poder comer. Siempre podría pasar algo aún peor y eso es un consuelo que he inventado.

Una de las cosas que logró la presencia de María Augusta en mi vida es que ahora no puedo sentirme triste sin soportar también la idea de que estoy haciendo el ridículo. La lógica que dejó es que no hay derecho para estar triste, siendo que hay personas que se encuentran en peores situaciones que yo. Y que todo esto no es más que algo cursilón que he creado porque quiero llamar la atención de los demás, como los niños pequeños.

Entiendo, también, que esta idea es ridícula y que cada quien tiene el derecho de sentirse como le venga en gana. El problema es que, a pesar de que sé lo poco saludable que es dejar de sentir, siempre va a entrar en conflicto la sensación de estar haciendo el ridículo ante alguien más. Me es muy difícil definir la línea entre lo teatral de la tristeza y la verdadera desdicha.

¿Existe esto?
¿Existe la verdadera desdicha?

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Goonie